De la peste al COVID-19: siguiendo el rastro de las epidemias en Gipuzkoa

La epidemia que ha puesto patas arriba nuestro día a día no es la primera que hemos sufrido en Gipuzkoa ni será, lamentablemente, la última. Las líneas que siguen intentan realizar un breve recorrido histórico por las enfermedades que en mayor o menor medida han sacudido nuestro territorio a lo largo de los siglos. Para ello, nos hemos valido únicamente de la información contenida en documentos digitalizados de nuestra colección que son accesibles, por lo tanto, sin necesidad de salir de casa.
La primera que mencionaremos es, cómo no, la peste negra. Si bien todo apunta a que la epidemia de mediados del siglo XIV fue la más mortífera, causando millones de muertes en todo el mundo, otras epidemias depeste posteriores, hasta su práctica erradicación en 1720, mantuvieron a la población amenazada durante siglos.
Sobre los estragos que otra de esas epidemias de peste causó en Gipuzkoa escribe el escritor y pintor donostiarra nacido en 1866 Francisco López Alén. López Alén, durante años director de la Biblioteca Municipal y cronista de la ciudad, llegó a dirigir la revista donostiarra Euskal Erria: revista vascongada en 1904, donde publicó en 1899 un artículo en el que afirma que “En Pasajes de San Juan, el año 1597, reinó una enfermedad maligna, de la que murieron trescientas personas.” Podemos hacernos una ligera idea de la magnitud de la tragedia cuando leemos que en solo cuatro meses fallecieron todos esos vecinos en una comunidad en la que “no tenía entonces arriba de quinientos habitantes.”
Este es el caso de un manuscrito del siglo XVIII en el que el médico Josef de Luzuriaga recoge sus observaciones a la aplicación que él y sus colegas de Azkoitia, Deba, Zestoa, Mutriku, Donostia, Azpeitia y Bergara han realizado a 1202 pacientes guipuzcoanos del método del Dr. Gati, sistema por el cual la enfermedad es inoculada a los pacientes.
O de otro manuscrito similar en el que el autor, administrador de una casa de huérfanos en Goitia, recoge los resultados de la práctica del método de inoculación de la viruela propuesto por el Dr. Gati.
Además de los ya citados documentos, la Biblioteca conserva algún manuscrito más donde, como en los casos anteriores, un médico que ejerce en el territorio recoge sus observaciones de pacientes inoculados con viruela siguiendo el método del famoso Dr. Gati.
Desgraciadamente, además de la viruela existieron más enemigos microscópicos que amenazaron a los vecinos de Gipuzkoa durante el siglo XVIII. En 1781 un microorganismo transmitido por los piojos de los soldados fue el origen de las fiebres pútridas o fiebres tifoideas, epidemia especialmente virulenta en la localidad portuaria de Pasaia, donde provocó un número elevado de fallecimientos.
El descubrimiento de la vacuna contra la viruela realizado por Edward Jenner en 1796 supuso un hito importante en la batalla contra la enfermedad que, sin embargo, ni siquiera así se consiguió erradicar. Muestra de ello es que ya bien entrado el siglo XIX, un rebrote de la epidemia afectó a diferentes puntos del territorio. La Biblioteca conserva un ejemplar de un riguroso ensayo publicado en Donostia en 1872 en el que su autor, J. Albisu, que ejercía como médico en Irún durante los años de la epidemia, recoge el origen y propagación, la descripción de síntomas, pronóstico y tratamiento de la enfermedad. Afirma también Albisu en su escrito que durante los tres años que duró dicha epidemia, de 1869 a 1871, en la villa de Irún fallecieron 176 de los aproximadamente 6.000 habitantes del municipio.
También es posible acceder desde casa a un interesante documento en forma de apuntes encargado por la Diputación de Gipuzkoa y editado para ser distribuido en los ayuntamientos del territorio. En dicho documento el autor redacta un diario del rebrote de cólera-morbo asiático acaecido en 1855 después de un periodo de 30 años de tregua por parte de la enfermedad, así como los diferentes tratamientos, métodos y medicamentos suministrados en cada municipio para combatirla. El escrito describe, asimismo, las condiciones de vida de los habitantes de Gipuzkoa y las medidas de prevención a aplicar, tales como: la higiene personal y pública, la alimentación sana y variada y la correcta ventilación de los espacios. Advierte de cómo la epidemia fue primeramente detectada en Eibar el 29 de junio, extendiéndose en unos días a Elgoibar y Mutriku y de ahí, poco a poco, por todo el territorio. El punto álgido de la epidemia llegó desde finales de agosto hasta finales de septiembre para finalmente darse por eliminada durante el mes de diciembre. En este caso, de los 8.207 enfermos graves que se diagnosticaron en Gipuzkoa fallecieron 4.393.
Existen en nuestra colección documentos que atestiguan el paso de otras enfermedades en Gipuzkoa durante el siglo XIX. Entre ellas, conservamos documentos que dan cuenta de una epidemia de fiebre o calentura amarilla que provocó bastantes bajas en la villa de Pasaia a principios de siglo.
En 1814, tan solo un año después del incendio que asoló Donostia, una epidemia de fiebre amarilla devastó la comarca. El anteriormente citado Vicente de Lardizabal explica en el mismo artículo mencionado más arriba, que todas las farmacias de la capital quedaron reducidas a cenizas en el incendio y sus dueños trasladaron sus negocios a los municipios vecinos de Hernani y Pasaia, por lo que Donostia tuvo que enfrentarse a la epidemia sin ni siquiera una botica que proveyera de medicinas a los vecinos que pudieran permitírselas. Para colmo, la gran demanda y la poca oferta hicieron que los precios de los medicamentos que se distribuían aumentaran exponencialmente dificultando más si cabe su consumo.
En 1898, se publicó en la revista Euskal Erria: revista vascongada un escrito fechado en 1824 en el que un tal Dr. Louis da cuenta de una epidemia de fiebre amarilla (él la denomina peste) que agitó Pasajes San Juan durante los meses de agosto y septiembre de 1823 y que, según él, se propagó en la localidad a causa de un bergantín de nombre Donostiarra, procedente de La Habana.
Acerca de la misma epidemia trata el escrito de Eugenio Francisco de Arruti impreso en la imprenta de Ignacio Ramón Baroja en 1824. Arruti era por aquel entonces médico titular de Donostia pero, como se deduce de la lectura de su obra, se encargó personalmente del seguimiento y control de la epidemia en Pasajes. A diferencia de Montes, Arruti señala que “Pasage [sic] disfrutó de la salud mas completa hasta la llegada del bergantin Donostiarra que procedente de la Habana entró en su puerto el dia 3 de Agosto”. Dedica así su trabajo a argumentar su convicción de que la enfermedad se importó en la estructura misma del barco y que epidemias de fiebre amarilla previas en diferentes puertos europeos han estado siempre directamente relacionadas con la llegada de barcos procedentes de lugares cálidos.
Ya en el siglo XX, en la primavera de 1918 el virus conocido como gripe española causó en el mundo 40 millones de muertos en dos meses. En un tono mucho más distendido que los documentos anteriormente citados, un artículo de la revista Euskal Erria: revista vascongada de 1918 en forma de breve crónica admite que en Donostia la epidemia se complicaba por momentos “pues hubo día que pasó de cuarenta el número de defunciones”. Da cuenta, asimismo, de las medidas tomadas por las autoridades para combatir la falta de médicos y la escasez de medicinas que permitieron una más rápida propagación de la epidemia.
Ese mismo año, en otro artículo de la misma revista se señala que “Cuando la primera aparición del temible huésped del Ganges, llegó hasta el pie de nuestras murallas sembrando a su paso lágrimas y aflicción; en el mismo valle de Loyola causó horrible mortandad, pero dentro de las murallas no se registró una sola víctima. Lo mismo ha ocurrido en las sucesivas invasiones, el cólera ha respetado siempre a la capital guipuzcoana. Pero a esta epidemia indocumentada no le han convencido las tradiciones y ha invadido a Donostia con rigores desusados. La extensión de la enfermedad ha sido inmensa, llegando algunos días a alcanzar la imponente cifra de cinco mil enfermos”. Y aprovecha el autor para reconocer públicamente la labor de la “activa e inteligente clase médica, a la que en los momentos de mayor peligro se han unido facultativos ya retirados de su profesión y notables especialistas que han querido compartir con sus comprofesionales [sic] los riesgos de su actuación y las penosas labores que tan anormales circunstancias imponían.” Salvando las diferencias, ¿qué familiar se nos hace este mensaje, verdad?
Desde entonces, en la década de los cincuenta del siglo XX la pandemia conocida como gripe asiática puso en jaque a los sistemas sanitarios de todo el mundo, de Australia a Europa y de África a América. Quizá nuestros mayores recuerden las consecuencias que aquella epidemia tuvo en la vida de los vecinos. Ya más recientemente, se han sucedido epidemias como la de la gripe aviar, el SARS, el MERS, el zica, la gripe A o el ébola, pero no ha sido hasta este dichoso COVID-19 que la obligación de parar y modificar nuestras rutinas nos ha hecho hacer este pequeño ejercicio de memoria.