Rosa Brun
27/10/2005 - 7/1/2006
Comisario: Ana Salaverría
Artistas: Rosa Brun
Textos: Piedad Solans
Montaje:
Nota de Prensa:
Para esta exposición se ha realizado una selección de 17 pinturas y 5 esculturas del periodo comprendido entre 1991 y 2005.
Mirar la obra de Rosa Brun requiere un ejercicio de sensibilidad y de memoria artística. Las extensiones, los volúmenes, la gravedad, el color, el peso, la densidad, los bordes y los soportes de sus obras son las huellas, constantemente revividas, de un larguísimo y “otro” viaje, paralelo al transcurrir azaroso de la historia: la pintura. Allí donde el ojo aparentemente no ve más que masa, línea, ingravidez o tono se condensa el incesante discurrir del pensamiento estético, del imaginario humano, de la percepción, del lenguaje. Su obra se entrama en un complejo cruce de exploraciones y actitudes artísticas caracterizadas por un desplazamiento de las fronteras -el cuadro, la escultura, la construcción del espacio y de la mirada, la representación-, planteando una concepción de la experiencia estética en la que ya no hay designación ni significación sino el encuentro con las superficies y los mapas, con las cosas en sí y los acontecimientos que producen; en la que ya no hay expresión sino revelación de lo inexpresable.
Su obra no es la repetición de una abstracción agotada después de Rothko o Barnett Newman, la color-field painting americana y el minimalismo, como una lectura ortodoxa y evolutiva de la “historia” del arte podría “clasificar”. Condensa los problemas de fondo de un arte cuyos planteamientos han discurrido paralelos a la ontología del lenguaje, desde el nominalismo al estructuralismo, el psicoanálisis, la antropología y la filosofía.
Exceptuando títulos como Elemento de la naturaleza, Resonancia o Antesala, a los que enumeraba en I, II, III, IV, V.., Rosa Brun ha evitado, a lo largo de su trayectoria artística, dar a sus obras un nombre que les confiriera un significado convencional, un código descriptivo, referencial e interpretativo. Aludía, así, a la ruptura de su obra con las proyecciones aleatorias del lenguaje, al límite de sentido que el nombre impone sobre el objeto. Al fantasma de la palabra que flota sobre la obra de arte. Sus títulos -Deerro, Cybea, Livor, Deonero, Antera, Ralbar, Aresta, Regulus- proceden de palabras latinas o son arcaísmos de palabras castellanas elegidas, según ella misma declara, “porque su significado me sugiere algo que sintoniza poéticamente con el cuadro. Por ejemplo, Ralbar significa ‘dar la primera reja de arado a las tierras”. Una conexión poética que salva la grieta de sentido que se abre entre las palabras y las cosas.
Asimilando la herencia de un siglo de abstracción, la obra de Rosa Brun plantea una dirección distinta a la de la pintura abstracta, cuya concepción inicial del cuadro como un mundo aislado del contexto, concentrando su propia realidad dentro del límite del marco, fue sobrepasada por el minimalismo y la pintura de los campos de color americana desde William Tucker, Robert Smithson y Donald Jud hasta Ad Reinhardt, Barnett Newman y Kenneth Noland. Brun extiende las posibilidades de sus obras a múltiples zonas: la utilización de pesadas planchas de hierro o de madera como base de la pintura y las asociaciones del color con la densidad de los soportes o la apariencia de levedad y transparencia de los cristales; las resonancias de los materiales en las paredes, el techo y el suelo, activando campos de relación con otras superficies de la arquitectura donde se encuentra, así como la posición y el orden de las piezas y el territorio de fuerzas que organizan entre sí y con el contexto circundante; la creación de sistemas aleatorios de estructuras primarias -rectángulo, cuadrado, largas tiras de madera o metal- que se repiten, separan o alternan y las extensiones planas de color que, al igual que las planchas de madera y metal, esparcen o condensan peso y volumen. Construir un lenguaje fronterizo cuyo fin, más que fijar convenciones, códigos y signos, es excavar, perforar, cruzar, abrir rutas y extender mapas de recorrido en los que el color y la superposición o contigüidad de los materiales conforman estratos, ocultaciones y sedimentaciones, cortes, saltos, fricciones, fracturas o yuxtaposiciones de sentido, como en Deonero, Cybea, Livor, Rupes o Elemento del natural. Así, en Deonero una gran pieza de hierro se sostiene sobre un pequeño trozo irregular de madera, mientras que en Livor una viga pintada de blanco se apoya y eleva en uno de sus extremos sobre una pieza cuadrada de madera y en Cybea las superficies de hierro y de madera se contienen, soportan y prensan. Juegos de encuentros y desencuentros, de revelaciones y ocultaciones, de soportes y levedades, de equilibrios y desequilibrios, de circulaciones y detenciones, de pesos, elevaciones y caídas frenadas. En estos mapas no hay que buscar un camino adonde dirigirse sino descubrir la emergencia de un lugar mental, emocional y corporalmente transitable, la permanencia de los flujos en que se habita, donde las mezclas de las cosas, sus contactos y sus asociaciones generan campos de emoción, de acción y de experiencia y el color de las pinturas se convierte en el devenir del espacio. Pues los cuadros y los dibujos de Rosa Brun, realizados o apoyados sobre pesadas planchas de madera, parecen, a pesar de su orden y su rigurosa solidez, mover, sacudir, extender ilimitadamente el espacio, conferirle su peso, su volumen, su campo vibracional, desenvolviendo una “piel” que cubre el entorno con las texturas ingrávidas de la luz. Su energía no acaba en los bordes: se propaga más allá, en las paredes, en los techos, en los suelos, en la atmósfera, en los reflejos y lo invisible, generando un espacio de resonancias inaprensibles que activan las sensaciones, las emociones y las ideas. Las superficies de color de Antera o Enza y los saltos que como en Regulus, Ralbar, Aresta o Natus, separan unas zonas de otras, parecen, a pesar de una perfección que alude a lo terminado y de su gran tamaño, detalles mínimos de extensiones inmensas, fragmentos de mundos flotantes e inconmensurables prolongándose sin principio ni fin y sustentan la paradoja del pensamiento que tropieza con los límites del universo: si éste es finito, ¿qué hay más allá del fin? Y si es infinito, ¿dónde está el término? En su vacuidad y su ambigüedad revelan que las representaciones y las ideas que hemos construido son sólo marcos de referencia del mundo y de las cosas, sin alcanzar a “tocar” su impenetrabilidad, su extrañeza, su enigma; sistemas de valores y de medidas para ubicarnos y adoptar una posición tranquilizadora en el caos de la indefinición, en el vasto espacio del “afuera” del lenguaje.
(extracto del texto "El afuera del lenguaje "de Piedad Solans para el catálogo de la exposición Rosa Brun)
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