Santos Bregaña. Disparaître
120 palabras para resumir a Santos, ya vamos seis y no hemos dicho nada. Igual esta última palabra es la que mejor resume su obra: nada. Aquí, en las siguientes páginas, eso es lo que usted verá: nada. Por eso desaparece o por eso practica el disparate de desaparecer, para hacerse más visible en el hueco que deja su nada. La bella nada si derrochamos en un adjetivo -ya van 70 palabras, aquí la 77 y eso le gustará, que una palabra sea un número bello como su nada-. Vamos sumando texto y ahora toca definir antes de terminar: desaparecer es estar dos veces y eso es lo que Santos practica con todas estas obras-perplejidades concebidas en su taller. Perdón, toca tachar, porque nos hemos pasado del límite que pidieron, las 120 palabras para un prólogo, pero de eso se trata también, de desobedecer y de hacer desaparecer las palabras para que, armadas de su paradoja, estén más presentes al no estar, como sus obras. Esto que usted lee ya no está. Estuvo, pero desapareció tras una raya que permite todavía leer con más intriga: paradoja, hemos dicho. Santos funciona sin saberlo como el protagonista de Silvestre Paradox, obra que desconozco, pero sé que él la practica. Todo es giro, todo es volteo… ahora que en lo tachado podemos extendernos libres, diremos: todo es invertir, todo es rotar. Un restaurante tiene el mar en el cielo, otro las grandes rocas del rompeolas sobre nuestras cabezas. La bandeja no envuelve sino eleva, la propia lata encierra su abrelatas. ¿Por qué nada está en su sitio en el santismo ilustrado? A veces su giro parece mínimo: que un cristo de ataúd quede convertido en perchero de ropa (primero de los giros) y lo coloque mirando a la pared como un reo castigado (segundo de los giros)… he ahí un todo: esconder la mirada del cristo de la nuestra. En ese gesto aparentemente mínimo están todos los libros que Santos ha leído y todos los paseos que Santos ha dado y todos los paisajes que Santos ha respirado. 347 palabras, 228 tachadas. Sigamos tranquilos porque nadie está realmente aquí, nadie nos ve. Se está bien en lo que desaparece. Como sentados en la paz de una tarde antigua. Y hablábamos del giro, de dar la vuelta a las cosas. Josep Pla lo admiraba en la ironía del perro que deja bocarriba a la tortuga para verla en su imposible… mucho antes, el gran Nadar retrataba a su sociedad de frente excepto a una bella dama de la que solo nos muestra su nuca desnuda… está claro: no hay arte más allá del reverso y en estas perplejidades del atelier Laia nunca vemos los ojos de las cosas. Por eso sentimos con mayor fuego su mirada. Mirada, ésa ha sido la palabra 464. ¿Hasta cuántas más llegaremos? ¿Cuál será la 578? ¿Terminaremos antes de la 999? De momento para que no se queden fuera de nuestra trinchera de niebla, consignaremos unas cuantas muy presentes en estas obras: la palabra ligereza (508), junto a la palabra hechizo (514). Las palabras gemelas: anáfora (519) y anábasis (522). Y salvaremos sobre todo la palabra glissade (530), la única que merece deslizarse en cursiva, y deslizarse en la lengua de Voltaire, como se desliza el monopatín de Santos con sus ruedas de letras talladas para escribir versos efímeros sobre el asfalto al atravesar los charcos de una ciudad lejana. ¿Lo ven? Otra vez, lo efímero sobre el asfalto. No salimos del giro y entramos en la paradoja, siempre por la puerta del hechizo. Pero sssssshhh, no conviene contarlo todo, dejemos hueco al silencio, ese otro rey de la desaparición. Tratemos de dejar esta introducción en la palabra 777, ya que antes citábamos a su hija menor la 77. Vamos por la 636, nos quedan 141. Suficientes para dejar aquí también consignadas la magia y el espacio. Casi todo en Santos es eso: creación de lugares para estar. Borobila, Entomhotel… son otros dos giros magistrales. Uno para que nuestros muertos regresen y habiten en nosotros a través de las manzanas. Y el segundo para que sus bien amados insectos (ese Silvestre que siempre acompaña al Paradox) tengan techo caliente y sábanas de fino… pero cuidado, entramos ya en la línea 710 y debemos caminar con tiento y no malgastar voz para dejar toda la sonoridad en nuestra última palabra, la única que merece la soledad de cerrar este prólogo que desaparece, la palabra que Santos captura con sus telarañas y que funciona como título que concluye, como todo lo girado en este libro que usted leerá gustosamente sin saber situar claramente su horizonte.
NADA
Oskar Alegria
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