XXXIX certamen de artistas noveles
8/5/2001 - 16/6/2001
Artistas: Aiert Alonso, Estibaliz Alvarez, Marta Amonarriz, Judas Arrieta, Sandra Cuesta, Aitor Espie, Oier Etxeberria, Ainara Etxeberria, Ana Estther Fernandez Calle, Ana Fernandez Carrau, Xabier Ferro, Unai Gabilondo, Jon Ander García/Itziar García (Bigara), Ainara Garcia, Ignacio Garmendia, Maider Goikoetxea, Miren Gonzalez, Ibai Hernandorena, Ainhoa Hontecillas, Iñaki Iturbe, Galder Izagirre, Ana Lezeta, Mikel Louvelli, Ibai Maritxalar, Txolarte Grafika Taldea, Xabier Ubeda, Mirari Urruzola, Nerea Zapirain
Textos: Fernando Spagnolo, Luis Bandrés, Piedad Solans
Montaje: Arteka
1er premio: Itziar García eta Ander García (Bigara), in.com.
2º premio: Ana Lezeta, Reservado.
3er premio: Nerea Zapirain, Soportador de arte.
Hijos póstumos de Andy Warhol, los jóvenes artistas que se presentan a la convocatoria del XXXIX Certamen de Artistas Noveles acusan más la huella de la pantalla, el plástico, el neón y el cristal que el peso y la impronta de la madera, la piedra o el mármol de la tradición vasca. La brecha que se abre con estas generaciones de artistas noveles, ya iniciada en anteriores certámenes, parece apuntar a una reinvindicación de su subjetividad, su corporeidad y su presencia social entramada en la red imaginaria del mundo de la plástica y el arte del siglo XXI. Herederos de los problemas (anti)estéticas modernos fundadas por el abuelo Duchamp, estos jóvenes hipermodernos se mueven con toda familiaridad por los lenguajes artísticos más variados, desplegando una multiplicidad de medios y técnicas propias del multiculturalismo y la hibridación, y con una dimensión más (contextual y neoconceptual que estética. El carácter objetual de la obra artística, la abolición del concepto de “arte” en pro de los procesos, la ambigüedad semántica de la obra, la preeminencia de los significantes, la fragmentación, la interactividad de los medios, el uso de las nuevas tecnologías coma el vídeo y la videoinstalación a las imágenes procesadas por ordenador se despliegan cama un mapa que conforma la nueva topografía de esta joven generación vasca, que absorbe la herencia de una posmodernidad mediática, publicitaria y televisiva, narcisista, patafísica y perceptivamente superficial.
Ello(a)s aprenden, miran, hacen, cambian, fluctúan y, con seguridad, desechan. La efimeridad de sus miradas, de sus intenciones, es también su apertura, su fuerza y en la mayoría, su frescura. Generan así una poética de la superficie, libre de la carga reflexiva o teórica de un arte más maduro, y a veces, de su rigidez. Esta asombrosa cualidad de recepción, absorción y filtración, esta capacidad de permeabilidad, de porosidad, de estar despiertos a flujos, cambios y estímulos es su riqueza y su potencial de posibilidad, sí. Pero el artista joven, también, ha de inventar camino y rebelarse, por mucho que sus antecesores más rabiosamente modernos y posmodemnos hayan sida Warhol y Duchamp. En este sentido, a pesar de haber traspasado míticamente el siglo, se nota en estas generaciones un cierto acomodo frente a lo aprendido y mil veces visto en la industria del entertainment artístico (aunque provenga de un Nauman, un Gober a un Kosuth), una cierta inercia mimética de modelos ya asumidos y fagocitados por la mandíbula cultural -y cultual- de ferias, revistas y grandes exposiciones institucionales, que llegan desvitalizados a la mirada. Hay también en la mayoría de estos artistas un ejercicio del jumpcut, el saltar-cortar-pegar de objetos-imágenes-medias, que en unos es metamorfosis, nomadismo, juego tránsfuga, en otros inseguridad o inquietud, en algunos puro ingenio y en unas pocos, por qué no, un cierta oportunismo por estar á la mode y pulsar todas las teclas posibles. Un collage tal es inevitable en el mundo artístico actual, en que la información de imágenes y mensajes circula a una velocidad desenfrenada a través de los medios de reproducción. Coma es también inevitable la influencia que muchos de estos jóvenes reciben de la Escuela de Bellas Artes (en su vertiente más tradicional de pintura al estilo del neoexpresionismo abstracto), o en su dimensión más experimental y sin duda valiosa, a través de los talleres de Arteleku o las becas Erasmus, cuyas influencias y modelos transforman tímidamente. Todo ello deberían sacudírselo de encima una vez vivido, a riesgo de clonar con pulcritud los arquetipos del mundo artístico y cultural, y de convertirse en “aparatos de reproducción” de la institución Arte, por muy hipermoderna que ésta sea, que da igual reproducir estatuas a carboncillo que urinarios duchampianos. Frente a sus obras, cabría preguntarse: ¿qué valoramos? ¿Qué pedimos a estos jóvenes y qué saben que aprobamos, o rechazamos? ¿Adecuan su arte a lo que se espera que den, a la mirada que saben que les mira? ¿Continúan unas estéticas, con la seguridad de que van a ser aceptadas? Este problema es nuestro y, sobre todo, va a ser de ellos, pues atañe a una recepción fácil de la obra con la que van a tener que luchar. En este sentido, sería interesante que no sólo absorbieran modelos y referencias, sino también que plantearan un cuestionamiento crítico de la construcción de la mirada, una postura más activa frente a un excesivo sometimiento a la Norma(lidad).
¿Qué preocupa a los artistas jóvenes? Su mundo, más que el mundo. Su cotidianidad, su espacio, su biografía. Su mirada se inscribe en un contexto de intereses, juegos, zonas y situaciones propias: el cuerpo y sus referencias gestuales y cinéticas, la ciudad y las calles, la poética de las cosas (desde la pantalla del ordenador y los objetos metafóricos, corrientes o banales a la pintura), las relaciones can el “otro”, las anamorfosis del vestido y del andar. Su interés parece estar más en un acomodamiento a la “realidad” y en la producción de la obra plástica per se que en la reflexión sobre su entorno. Están en el límite, al borde de ensimismarse en la autarreferencialidad y en la vacuidad referencial de imágenes, movimientos, medios y objetos. De la posmodemnidad han heredado la cáscara de la obra, el glamour de las cajas Brillo de Warhol y la sinergia de las instalaciones de Beuys, y han rechazado o ignorado los problemas teóricos, políticos, lingüísticos, éticos o rituales que planteaba el arte moderno. ¿Supone ello una liberación? Todavía no se sabe. Se han desecho de la violencia, el cuerpo, la transgresión, el mestizaje y el sentimiento de catástrofe abrumador que imperaba en los noventa, inclinándose hacia los espacios y las texturas de superficie, la ambigüedad, la fragmentación, la asepsia y la banalidad como valores plásticos, poéticos y semánticos de la obra (que imperaron también en los noventa). La mayoría de estas obras son lugares de paso donde se percibe el ensayo, la prueba, la puesta en práctica de materiales y técnicas, el concepto transitorio y generalmente, bien realizado, que fluctúa entre el savoir faire de escuela, las influencias perceptivas de los media y la capacidad de resolver afortunadamente los problemas espaciales, textuales o conceptuales de la obra. Algunos artistas como ltziar García y Jon Ander García, Maider Goikoetxea, lbai Hernandorena, Nerea Zapirain, lñaki Garmendia o Ana Lezeta dejan ver en la calidad de sus obras una madurez que recuerda aquella canción de Georges Brassens: “Le temps n’a rien à voir à l’affaire...”. Es decir, el tiempo no tiene nada que ver con el asunto: la inteligencia de un artista se ve ya en su juventud.
Sería interesante analizar la repercusión de estos certámenes en la actividad artística y profesional de los artistas noveles. La labor de las instituciones es encomiable, ya que les abre espacios para exponer sus obras, ser vistas por el público, publicar un catálogo y alcanzar cierta propaganda en los mass-media (requisitos indispensables para introducirse en los circuitos y territorios de la Empresa del Arte). Un espacio que en el mundo comercial de (la mayor parte de) las galerías no suelen tener, ya que se apuesta preferentemente por valores fijos, obras de posible cotización o artistas conocidos, con una mínima presencia en el mercado artístico. Asimismo, los museos aparecen como templos (o mausoleos) para estos jóvenes que todavía ensayan su nomadismo, sus miradas polimorfas y sus múltiples recursos. Por ello, esta apertura de zonas expresamente creadas para su arte supone un estímulo, una oportunidad y en algunos casos, una ayuda económica que les permite seguir estudiando, trabajando y formándose artísticamente. Con seguridad los jóvenes noveles aprovechan este espacio que se les abre, y van a utilizarlo junto a otras oportunidades, coma becas y talleres. Quizás el riesgo de estas certámenes sea generar una repetición y una adaptación, es decir, que los jóvenes recurran a ellos camo un “flujo continuo”, un ámbito cerrado que ya les satisface, camuflando su arte según las estéticas vigentes en vez de explorar otras posibilidades, salir de la protección de su contexto nacional y geográfico, abrir su ambición a otros mundos y arriesgarse al fracaso. En todo caso, el hecho de limitar la edad detiene esta continuidad y la aparición del oportunismo.
Ello(a)s son hijos póstumos de Warhol, herederos de Duchamp y Beuys, sucesores ambiguos del mito del (no)arte, hipermodernos de superficie plana y percepción mediática, ilusionados y proteicos, (perversos) polimorfos, entramados con nuestra mirada. Cabe desearles la audacia de esos versos de 1. 5. Eliot en Four Quartets: “No feliz viaje, sino adelante, viajeros”.
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