Zirtaka
28/10/2003 - 17/1/2004
Comisario: Ana Salaverría
Artistas: Leopoldo Ferrán - Agustina Otero
Textos: Markos Zapiain, Hugo Mujica, Juan Zapater
Montaje:
Nota de Prensa:
En los seis espacios primordiales a los que descienden Agustina y Leopoldo, con cordones umbilicales tan largos como sus nombres, encuentran formas que aluden a la condición de posibilidad de toda forma, lo cual no es imposible: también hablamos acerca del silencio. Otero y Ferrán han meditado acerca de la posibilidad del arte, o incluso de lo que sea. ¿Por qué parece haberse apagado ya la vida y la pasión en estas obras, o no haber surgido aún? ¿Por qué remiten a las brasas que crepitan suavemente tras haber ardido el fuego, y que permitirán que el fuego vuelva a arder al día siguiente?
1-El gusto por la paradoja de Otero y Ferrán se revela en esta ocasión al hacer aparecer los átomos esféricos de Demócrito, uno de los ateos más interesantes de la Historia, junto con el altar y el pozo. La sensibilidad de Ferrán y Otero es mística, pero de un misticismo materialista, que huye de dioses personales o transcendentes, pero no renuncia a venerar lo sagrado.
Los místicos siempre tienen problemas con la ortodoxia, porque jamás olvidan que las configuraciones religiosas concretas son más o menos intercambiables, los ritos parecidos y los dioses semejantes. Así como hay una fuente común a toda forma religiosa concreta, también una fuerza oscura posibilita todo ente; y en esa caverna, en el tiempo y el espacio de la fábrica en que surgen las cosas, tratan de sumergirse Ferrán y Otero.
Precisamente, el pozo junta lo que se va y lo venidero. Como es un abismo y un manantial al par, puedes caerte en él y romperte la crisma, pero sabe también saciar la sed.
2- Llama la atención lo apáticas que son las sirenas. Ya no cantan, o todavía no cantan; tampoco tratan de seducir. No son claramente ni carne ni pescado, no tienen una identidad definida. Miran un video que muestra cómo unas olas golpean una y otra vez unos farallones, nada más. Parecen agotadas del papel que representaron antaño en los mitos, atrapadas en ellos y aburridas de su mar. Los rostros de las opulentas sirenas son sosos, reacios a la vida social. Muestran una condición necesaria para cualquier trabajo artístico: la renuncia a hacerse el simpático.
3-La caja rectangular de yeso, por su parte, contiene algo inquietante, muy poderoso, que cuesta mantener encerrado, que pelea por surgir y por ser. Así, el yeso aparece sorprendido, forzado, incapaz ya de contener lo que en su interior bulle. A pesar de su apariencia de banco, no conviene sentarse en semejante polvorín. Lo que explotó en el big bang no fue un huevo, sino un banco de yeso.
4-El paseante que con su capa protege de la tormenta la débil llama de una vela es la contrafigura de “El sembrador” de Van Gogh. Éste representa uno de los momentos afirmativos y expansivos de la creación, y cuenta además con la colaboración favorable de los elementos naturales. El movimiento de sus brazos y de su cuerpo es alegre, fuerte, generoso.
El paseante, por el contrario, es más bien un protector, que cuida la vacilante posibilidad de obra o de vida frente al ataque de lo que le rodea. El entorno es amenazador y asesino, y el protagonista está a la defensiva, vuelto sobre lo que guarda. Trabaja para que la llama que proviene del pasado no deje de arder en el futuro. Trabaja también para no chamuscarse.
5-El crepitar nocturno de las brasas suele ser vago y amorfo. También son amorfas y vagas las ceras que aquí se muestran. Semejantes a la materia del “Timeo”, aún no han adquirido una figura determinada. Cuelgan blandas, son imposibles de identificar, cualquier cosa en potencia, esperan quizás el sello de la idea. Ahora bien, cualquier idea puede darle forma a esa cera eterna, ciega y torpe.
Es el demiurgo, según Platón, o Dios, según el Génesis, o el artista, según Txema García-Viana, quien le da una forma concreta a esa cera indefinida.
Pues bien, Ferrán y Otero se resisten a identificar, a nombrar, y muestran, en la medida de lo posible, lo amorfo en sí. Se limitan a no limitar lo ilimitado, son artistas que enseñan la materia prima previa al trabajo del artista, los elementos a los que dará vida el hacedor. No en vano recuerdan estas ceras al mismo tiempo las catacumbas y las crisálidas, haciendo eco al pozo del cuarto de las esferas. Expresan el periodo de latencia posterior a la desaparición del pasado y previo al surgimiento de lo nuevo.
6-La enorme masa de arcilla es iluminada suavemente por dos altavoces que parecen campanas. El sonido que emiten recuerda al de la siega al cortar la hierba, o al momento en que el artista o Dios insufla espíritu a la ciega materia. Esta interpretación sale reforzada si se considera que la luz surge de la misma fuente, de las mismas trompetas, que el hálito.
En resumen: Otero y Ferrán se colocan en un ámbito, múltiple y cambiante, que posibilita toda creación, cualquier creación; ahora bien, no quieren someterse a ningún resultado concreto que provenga de la capacidad de crear. Se colocan en un espacio anterior a toda ocupación espacial, en una brasa anterior al fuego, en una respiración previa a todo canto, en unos átomos que posibilitan cualquier configuración, en una arcilla anterior a lo humano, en un horno anterior al pan, en una cera previa a toda vela, en un yeso anterior al big bang.
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